PAISAJES INFERNALES: UN PASEO POR LAS ARBOLEDAS DEL INFRAMUNDO

Ángeles caídos en el infierno, de John Martin, 1841. Fuente: Wikipedia


En un espantable, cruel, temeroso
valle oscuro, muy fondo, aborrido,
acerca de un lago ferviente, espantoso,
turbio, muy triste, mortal, dolorido…[1]


Ya está aquí Samhain, el Día de difuntos, Halloween. La tradición de esta festividad nos avisa de que esta noche las puertas del Más Allá están abiertas. Ambos mundos, el de arriba y el de abajo, se entrelazan, y la fina cortina que separa la dimensión real y la maravillosa se desvanece.

Normalmente solemos tender a fijar nuestra mirada en las acciones que llevan a cabo los seres de ultratumba en suelo terrestre, ¿pero sabemos cómo son los lugares de los que proceden? Sin duda, el lugar más temido en el imaginario es el Infierno, ese reino de la llama que sirve como lugar de castigo eterno. Nuestro objetivo en esta entrada es describir, en la medida que se pueda, cómo funciona el reino vegetal en ese extremo paraje: sus arboledas y sus especies vegetales marcadas. Atención, spoiler: un aficionado a la botánica lo habría pasado mejor en el Paraíso.



Breve introducción a los infiernos

Antes de comenzar tenemos que advertir al lector/a de que la mayoría de los datos que hemos recogido pertenecen, mayoritariamente, al ámbito occidental, por lo que las pautas marcadas aquí no se podrán aplicar tal cual a los infiernos de otras culturas. Hecha la aclaración y sin más dilación, comenzamos.

En lo puramente simbólico, Eduardo Cirlot apunta que es una “forma de subvida”, un lugar de tormentos asociado a lo negativo y situado en los niveles inferiores del mundo. Para Jean Chevalier es un lugar invisible, sin salida, frío, plagado de tinieblas y hogar de monstruos y demonios. También está directamente asociado a conceptos como…

  • Fauces: la entrada al inframundo se concibe como una gran boca que devora, muy ligada a su vez con la caverna. La entrada sería la gran faz devoradora y las cavidades subterráneas serían las tripas infernales.
  • Occidente y la dirección izquierda: en la visión monoteísta de las religiones del libro, lo negativo, lo infernal, se traslada al lado izquierdo; los condenados estarían situados a la izquierda de Dios y esta dirección quedaría marcada con el sambenito de lo infernal. Igualmente hay que destacar que occidente será el horizonte predilecto de muchas culturas para localizar las entradas al Inframundo.
  • Los puntos cardinales: tanto en las creencias entre los turcos altaicos como entre las de los primeros cristianos, siguiendo el eje oeste-este nos aproximaríamos a los espíritus infernales ya que nos desplazaríamos contrariando al movimiento tradicional del Sol. Pero no todas las culturas sitúan sus infiernos geográficamente igual. Los aztecas ubican “El País de las Nueve Llanuras” en el norte, regentado por el quinto Señor de la Noche, quien carga en su espalda con un gran Sol negro.
  • Abismo; profundidad: tanto en griego como en latín, el abismo hace referencia a un lugar sin fondo. Es adecuado tanto para el caos tenebroso de los orígenes como para las tinieblas infernales[2].

Déjame ya en paz para que pueda gozar de algún consuelo,
antes de que me vaya, para no volver,
a la región de las tinieblas y las sombras,
a la tierra oscura de sombras y caos,
donde la misma claridad es noche oscura[3].

  • Tinieblas, el color negro: El infierno se sitúa bajo la superficie. Como es el reino del ángel caído, la luz de la divinidad no alcanza, por lo que las tinieblas lo inundan todo. En la literatura medieval encontraremos muy a menudo el color negro como adjetivo descriptivo de algunos elementos naturales: río de aguas negras, valle oscuro, etc.

Miniatura incluida en el Apocalipsis Gulbenkian, Fol. 71. Londres, 1265-70. Fuente


Para saber de dónde procede esta imagen tan prototípica tenemos que remontarnos siglos atrás. De Egipto podemos destacar las derivaciones del culto a Osiris y la tradición oral, conocidas en occidente gracias al monacato egipcio. De estas prefiguraciones infernales podemos extraer rasgos tan característicos como la oscuridad, la hediondez, los pozos y lagos de fuego, los condenados sufrientes y los monstruos. De Mesopotamia también nos sirven las descripciones de tierras estériles de arcilla y de aguas cenagosas. En la Siria ugarítica, concretamente en la lucha entre Baal y Mot, una de las puertas al inframundo se encuentra en el extremo más occidental del mundo, delimitada por montañas y cuya faz, la caverna, engulle al ser humano. De esta acción de devorar hemos hablado unas líneas más arriba; figuradamente podemos decir que la tierra los traga. Este motivo, lejos de desaparecer, se adhirió al concepto de infierno de las tradiciones posteriores. La tradición clásica también bebió de estas fuentes, creando la famosa división entre Hades y el terrible Tártaro, siendo este último el espejo en el que se miraban los castigos de los condenados en el ámbito judeo-cristiano medieval.

Todas estas descripciones y concepciones fueron adaptadas por las religiones monoteístas, otorgando al infierno ese aspecto de tormento llameante, muy similar a la Gehenna hebrea o al Tártaro griego. Es curioso apuntar que hace poco tiempo, concretamente en marzo del año 2018, el diario italiano La Repubblica recogía unas palabras en las que el papa Francisco negaba la existencia del Infierno cristiano, algo que fue desmentido a posteriori. Aunque esto se quede en la mera anécdota, es cierto que la iglesia ha ido progresivamente suavizando la representación del infierno, alejándose del explícito catálogo de torturas de las visiones medievales. El anterior papa, Joseph Ratzinger, decía esto sobre el reino subterráneo: 
El infierno, la existencia como negación definitiva del ‘ser-para’, no es un lugar geográfico concreto, sino una dimensión de la naturaleza, el abismo al que se precipita.



La geografía del Infierno

Aunque el título de esta entrada lleva la palabra árbol en él, la verdad es que los reinos subterráneos no son muy dados a albergar vegetación. Sus paisajes se definen por la conjunción del agua -lagos, ríos y mares llameantes o ponzoñosos-, montañas o valles oscuros, llanuras estériles, cuevas y puentes. Según Patch, esta combinación de elementos se entiende como el santa santorum del simbolismo espacial; al binomio agua y puente (y en ocasiones bosque) ya los conocemos de la literatura germánica medieval, o de las novelas de caballería. Si en estos relatos actuaban con frontera, en el infierno también será así. En la literatura de visiones medieval se nos suele presentar una distinción geográfica importante entre los parajes infernales y la tierra de los bienaventurados. Mientras que en la región de los pecadores la devastación del paisaje acompaña la desolación de su condena, al otro lado del puente -el cual puede ampliarse o estrecharse según el comportamiento del fallecido/a en cuestión- se divisa, ahora sí, un bello paisaje de prados verdes y vegetación exuberante -el Paraíso-.

Llegan los demonios y lo conducen a través de un desierto donde la tierra es negra y sopla un viento gélido. Varias llanuras de castigo aparecen a sus ojos y una casa de baños con pozos de sulfuro y metal derretido donde sumergen a los pecadores a varias profundidades. Lo llevan a la cima de una montaña muy alta, donde hay gente desnuda, abatida por una tempestad que la arroja en un río de agua helada. Ve un profundo foso de llamas y un ancho río de fuego lleno de demonios por encima del cual hay un resbaladizo puente tan estrecho que nadie se podía tener sobre él, y tan alto que daba vértigo asomarse desde lo alto. Sin embargo, Owen invoca el Santo Nombre, y el puente se ensancha a medida que por él camina[4].


El Infierno, de Peeter Huys. 1570. Fuente: Museo Nacional del Prado

En el contexto islámico, el infierno estaría ordenado de manera vertical, lleno de profundos y vertiginosos abismos, escarpados parajes, barrancos y altas montañas coronadas por ciudadelas-prisión. Como el cristiano, el Más Allá islámico prefiere dejar crecer la vegetación en los parajes celestiales. Antes de que Dante escribiera su famosa Divina Comedia, la escatología musulmana ya nos había contado cómo era la transición entre cielo e infierno. El Libro de la Escala de Mahoma, basado en el isrâ, el viaje nocturno -Sura 17, 1-, nos cuenta el viaje del profeta al infierno y al paraíso acompañado por el ángel Gabriel. Autores como Asín Palacios realizaron trabajos comparativos en los que podemos observar todas las similitudes e influencias de este relato en el tránsito del escritor italiano por el inframundo.



En busca del reino vegetal: de La Odisea a la literatura de visiones medieval

La vegetación infernal

Aunque pueda parecer contradictorio, en muchas mitologías los infiernos son los refugios de invierno de las divinidades de la fertilidad, las asociadas a la primavera y al brotar de la vegetación. El calor y el rojo ctónico las regenera para poder volver a subir a la superficie en la siguiente estación y resembrar los campos. La historia de Perséfone es buen ejemplo de ello. Hades se enamoró perdidamente de la hija de Démeter y un día, mientras la joven recogía lirios, el suelo se abrió y el dios la arrastró hacia el inframundo. Su madre la buscó de manera desesperada y, al encontrarla en el Hades, creyó su búsqueda finalizada, pero Perséfone quedó atrapada en el reino subterráneo por comer el grano de una granada. Ante esto, Démeter clamó a Zeus para que interfiriera, por lo que, gracias a ello, a la joven se le permitió salir y ascender cada primavera cargada de brotes y tallos. El culto a ambas divinidades tuvo un peso muy importante en los círculos mistéricos de Eleusis. En este mismo contexto encontramos a Dionisos, al que Aristófanes nombra en su faceta infernal como lakchos. Este personaje dirigiría las danzas de los muertos en las praderas infernales, que, dentro del contexto de los misterios de Eleusis, podría entenderse como un proceso de germinación, simbolizando la alternancia de estaciones: invierno-verano; muerte-resurrección.

El rapto de Perséfone. Escultura de Gian Lorenzo Bernini. Italia, 1622. Fuente: Historia-arte.com


Ya hemos apuntado que el infierno no es famoso por su vegetación, pero como las brujas, haberla, haila. Como podéis imaginar, sus arboledas se compondrán de ejemplares de funesta reputación, temibles y de complexión espinosa. 

La vegetación infernal, sobre todo en el contexto cristiano, se compone de cardos, zarzas y árboles nudosos y espinosos. La mayor fuente de descripciones que tenemos es la literatura de visiones medieval donde, o bien servirá como mero elemento decorativo, o servirá como instrumento para provocar dolor. La Visión del Tercer Ladrón, incluida en las Fioretti de San Francisco (s. XIV), nos cuenta la penitencia de un ladrón, al que acompaña un ángel. Tras cada tortura, el ángel redime al ladrón curándole las heridas, y en uno de esos tormentos las zarzas y espinas desgarran los pies del pecador:

Y luego le muestra “una vasta llanura, llena de filosas y agudas piedras y espinosos y zarzas, y le dijo que tenía que correr a través de la llanura y pasar sobre ella con los pies desnudos hasta llegar al final”[5]

Pero, como dijimos al principio, hay tantos infiernos como culturas en el mundo, y en alguno de ellos también la flora tiene su papel en el Inframundo. En el hinduismo encontramos el Asipattravana, el quinto de los siete infiernos recogidos en los Purana y que estaba conformado por árboles de hojas aceradas. El condenado se situaría bajo el árbol que, con el silbar del viento, desprendería sus hojas provocándole múltiples cortes; y por si esto fuera poco, después caería sobre ascuas y sería desgarrado por perros. 

El siguiente ejemplo no pertenece estrictamente a una geografía infernal, pero contiene un bosque muy interesante. En la mitología azteca, los niños que morían a una edad muy temprana irían a un mundo formado por árboles que dan frutos con forma de pecho materno. 



Árboles con nombre propio

El Zaqqm

¿No es mejor recibido que el árbol zaqqm? Hemos hecho de este árbol un azote para los injustos. Crece en las profundidades del Infierno, llevando frutos como cabezas de demonios: con él se alimentarán y llenarán sus vientres, junto con tragos de agua hirviente. Entonces regresarán al Infierno[6].

Mahoma visita el Jahannam. Manuscrito ubicado en la David Collection Copenhagen  Fuente: Pinterest


Este ejemplar de la cultura musulmana se presenta como uno de los principales terrores del infierno. Sus frutos, de gusto amargo, harían trizas los estómagos de cualquier ser humano. Pero, ¿sabemos si su apariencia está basada en algún ejemplar real? En numerosas ocasiones hemos hecho hincapié en que la mitología arbórea no sería nada si no tuviera una realidad en la que basarse. La respuesta a esta pregunta no podemos afirmarla, pero podemos sospechar que su inspiración podría provenir de alguna planta de aspecto no muy atractivo y seguramente espinosa.


El Álamo (Populus)

El álamo, junto al ciprés y al sauce, conforma la tríada arbórea del inframundo clásico. Está ligado al infierno, al dolor, las lágrimas y el sacrificio

En la mitología griega vemos su consagración a Heracles debido a su papel en el descenso a los infiernos. En este trabajo, el héroe se fabrica una corona con hojas de álamo, cuya cara exterior queda teñida de negro a consecuencia del humo. La variedad de color en las hojas le otorga un simbolismo dual (oscuridad-luz). También lo vemos en el episodio del rapto de Leuce. Hades se enamoró de esta ninfa y la raptó para llevarla consigo a los infiernos. Como la joven no era inmortal, acabó muriendo y Hades la convirtió en un álamo blanco que situó en los Campos Elíseos.


El Ciprés (Cupressus)

De esta especie arbórea os hablamos largo y tendido con nuestras compañeras Aina S. Erice y Laura Castro -Las Plumas de Simurgh-, por lo que no vamos a repetirnos. Este árbol es uno de los protagonistas vegetales de la Eneida. Con él se realizaron coronas para colocar en los lechos mortuorios y se situaron alrededor de la pira funeraria de Dido. Tanto en el ámbito griego como en el etrusco, el ciprés estaba consagrado a las divinidades del inframundo y, por lo tanto, gozaba del título de árbol funerario por excelencia. 


El Sauce (Salix)

El sauce se une al ciprés en la denominación de árbol funerario. De sauces, y álamos, estaban compuestos los bosques consagrados a Proserpina o los prados de Circe, plantados de sauces funerarios de cuyas copas colgaban cadáveres.



¿Hay bosques en el infierno?

En el contexto judeo-cristiano, las referencias al bosque son muy vagas y casi inexistentes. Es cierto que, tanto en textos clásicos como en los ya puramente medievales, la foresta no se sitúa tanto dentro del infierno como en la antesala del mismo. Ya os hablamos del viaje de Eneas y la sibila de Cumas a los infiernos, relato en el cual el protagonista debe atravesar un bosque sagrado para conseguir la rama dorada que le permitirá entrar en el inframundo. La entrada del Hades se compone de la combinación de la caverna y el bosque, uno negro y espeso, como antesalas geográficas de las grandes masas de agua. 

En la Odisea encontramos el mismo motivo. Circe manda a Ulises descender a los infiernos para consultar el alma de Tiresias, y para ello lo manda al confín más occidental del mundo, al país de los cimerios:
En el punto donde ellos te dejen cruzado el océano, una extensa ribera hallarás con los bosques sagrados de Perséfona, chopos ingentes y sauces que dejan frutos muertos. Allí atracarás el bajel a la orilla del océano profundo y tu marcha a las casas de Hades aguanosas; allí al Aqueronte confluyen el río de las Llamas y el río de los Llantos, brotado en la Estigia, que reúnen al pie de una peña sus aguas ruidosas[7].

Y de la Antigüedad clásica nos trasladamos hasta la literatura de visiones medievales. Ya hemos apuntado que en la mayoría de descripciones de los paisajes infernales judeo-cristianos, el bosque no es uno de los elementos más recurrentes, pero los hay. Los dos ejemplos más representativos son la Visión de Heriger (s. XI) y la Visión de Alberico (s. XIII). En la primera se nos muestra la imagen de un infierno rodeado por densos bosques, una imagen que algunos ven relacionada con el viaje de Hermond al Hell escandinavo, lo que, si fuera cierto, explicaría una influencia directa de los textos mitológicos nórdicos. En cuanto a la Visión de Alberico, tiene cierta similitud con la Divina Comedia de Dante, pues será guiado en el infierno por San Pedro y dos ángeles.

Viaja por un sendero a través de un bosque plenum subtilissimis arboribus quarum omnium capita ac si sudes acutissima eran, et spinosa - lleno de árboles finísimos, incluso todas las copas secas eran afiladísimas y espinosas – y llegan a un terrible valle donde sumergen en hielo a los pecadores (…) Visita otro valle, todo lleno de árboles espinosos, donde torturan a las mujeres (…) Más adelante hay otro gran valle con enredados árboles espinosos[8] (…)

Y a principios del siglo XIV nos encontramos con La Divina Comedia. En los primeros versos del Canto I nos introduce el motivo de la selva oscura, una arboleda que se encuentra en la antesala del descenso, un lugar alegórico que hace referencia al pecado.


Dante entrando en la selva oscura. Grabado de Gustave Doré. Fuente

A la mitad del camino de nuestra vida me encontré en una selva oscura, por haberme apartado del camino recto. ¡Cuán penoso me sería decir lo salvaje, áspera y espesa que era esta selva, cuyo recuerdo renueva mi temor, temor tan triste que la muerte no lo es tanto![9]

Pero esta selva inicial no será la única que se encuentre por el camino. En el Canto XIII, ya situados en el segundo recinto del séptimo círculo, encontramos la selva dolorosa o el bosque de las arpías:

No había llegado aún Neso a la otra parte, cuando penetramos en un bosque que no estaba surcado por ningún sendero. El follaje no era verde, sino de un color oscuro; las ramas no eran rectas, sino nudosas y entrelazadas; no había frutas, sino espinas venenosas. No son tan ásperas y espesas las selvas donde moran las fieras que evitan los sitios cultivados de Cecina y Corneto. Allí anidan las brutales Arpías [10](…)

En este nivel infernal se encuentran los suicidas, los que se hieren a sí mismos, cuyas almas se transmutaron en árboles. Dante se adentró con Virgilio en la espesura y comenzó a oír lamentos y gemidos que no podía ubicar. Alentado por las palabras de Virgilio, Dante se acercó a uno de los árboles y partió una ramita, de la que comenzó a brotar sangre.

Cual verde tizón que, encendido por uno de sus extremos, gotea y chirría por el otro a causa del aire que lo atraviesa, así salían de aquel tronco palabras y sangre juntamente; lo que me hizo dejar caer la rama y detenerme como hombre acobardado[11].

Al ejercer violencia sobre sí mismos, las almas de los suicidas están desprovistas de apariencia humana, la cual no recuperarán siquiera en el Juicio Final, cuando colgarán ahorcados de las ramas de este inmenso bosque.


Dante y Virgilio en el bosque de los suicidas. Ilustración de William Blake. Fuente: Cultura Inquieta





Como veis, el infierno no es muy prolífico en lo que a vegetación se refiere. Esta característica se refuerza en la literatura de visiones al comparar estos parajes con las exuberantes selvas y jardines del Paraíso; pero la visita a tierras celestiales tendrá que esperar.





¡Os espero entre las hojas!



BIBLIOGRAFÍA
  • ALIGHIERI, Dante: Divina Comedia. Edición de Ángel Chiclana. Madrid: Espasa Calpe, 2007.
  • ASÍN PALACIOS, Miguel: La escatología musulmana en la Divina Comedia. Madrid, 1919. Podéis consultarlo aquí.
  • BONNEFOY, Yves: Diccionario de mitologías. Edición a cargo de Carlota Casas Baró. Barcelona: Blacklist, 2010.
  • CASTRO HERNÁNDEZ, Pablo: “El otro mundo en los libros de viajes medievales: Una aproximación a la imagen maravillosa del infierno (siglos XII-XIV)”, en Ab Initio. Núm.12, 2018. pp. 23-57. Podéis consultarlo aquí.
  • CHEVALIER, Jean (dir.); GHEERBRANT, Alain: Diccionario de los símbolos. Barcelona: Herder, 1986.
  • COUCEIRO, Pilar T.: “El paso del trasmundo en el siglo de oro”. Cuadernos para investigación de la literatura hispánica, Núm 33, 2008. pp. 317-386. Podéis consultarlo aquí.
  • FRADEJAS LEBRERO, José: “La Visión de San Pablo”, en Revista de Filología Española, Vol.73, No 3/4, 1993. Podéis consultarlo aquí.
  • GÓMEZ, Nora M.: Iconografía diabólica e infernal en la miniatura medieval hispana. Los beatos. Tesis doctoral – Programa de doctorado en Historia del Arte y Musicología de la Universitat Autònoma de Barcelona, 2016. Podéis consultarla aquí.
  • HOMERO: La Odisea. Madrid: Gredos, 1993.
  • LANGE, Christian: Paradise and Hell in Islamic Traditions. Cambridge University Press, 2016. Podéis consultarlo parcialmente en Google Books.
  • MINOIS, Georges: Historia de los infiernos. Barcelona, Buenos Aires, México: Paidós, 2005. Parcialmente digitalizado en Google Books.
  • MITRE FERNÁNDEZ, Emilio: “Los espacios del Más Allá”, en LÓPEZ, Esther (ed.) De la Tierra al cielo. Ubi sunt qui ante nos in hoc mundo fuere? XXIV Semana de Estudios Medievales, Nájera, 2003. pp. 31-74. Podéis consultarlo aquí.
  • MUSSELMAN, Lytton John: “Los árboles en el Corán y en la Biblia”, en FAO. Podéis consultarlo aquí.
  • PATCH, Howard R.: El otro mundo en la literatura medieval. Madrid, México, Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 1983.
  • RUSTOMJI, Nerina; RUSTOMJI, Nari: The Garden and the Fire: Heaven and Hell in Islamic Culture. Columbia University Press, 2009. Podéis consultarlo parcialmente en Google Books.
  • URÍA, Isabel: “El árbol y su significación en las visiones medievales del Otro Mundo”, en Revista de literatura medieval, 1, 1989. pp. 103-122. Podéis consultarlo aquí.
  • VIRGILIO: Eneida. Versión de Rafel Fontán Barreiro. Madrid: Alianza editorial, 2005.
  • ZUMTHOR, Paul: La medida del mundo. Madrid: Cátedra, 1994.

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NOTAS

[1] Ruy Páez de Ribera: Cancionero de Baena, en COUCEIRO, Pilar T.: “El paso del trasmundo en el siglo de oro”. Cuadernos para investigación de la literatura hispánica, Núm 33, 2008. P. 342. 

[2] CHEVALIER, Jean (dir.); GHEERBRANT, Alain: Diccionario de los símbolos. Barcelona: Herder, 1986. pp. 42-43. 

[3] Job 10, 20-22 

[4] Fragmento proveniente de la leyenda del Purgatorio de San Patricio. Recogido en PATCH, Howard R.: El otro mundo en la literatura medieval. Madrid, México, Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 1983. Pp. 123-124. 

[5] Ibidem. p. 134. 

[6] Sura 37: 62-68. 

[7] HOMERO: La Odisea. Madrid: Gredos, 1993. Canto X, 508-515. p. 260. 

[8] PATCH, op.cit., p.119. 

[9] ALIGHIERI, Dante: Divina Comedia. Edición de Ángel Chiclana. Madrid: Espasa Calpe, 2007. p. 95 

[10] Ibidem. p. 147. 

[11] Ibidem. pp. 148-149.

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