EL ÁRBOL DEL REVÉS: EL BAOBAB


Baobabs. Fotografía de Graphic Node. Fuente: Unsplash


 «Yo soy un diplomado de la gran universidad de la palabra enseñada bajo la sombra de los baobabs».
Xam-xam cii suufu guygi caa taqanderba cii la jange ba aam cii samaay lijasa
Amadou Hampaté Ba

Esta frase adornaba las paredes de la exposición temporal Personas que migran, objetos que migran desde Senegal, organizada en el Museo de Antropología de Madrid. El baobab cautiva tanto a autóctonos como a foráneos, y no solo por su peculiar apariencia y la innegable utilidad de cada una de sus partes, sino por la riqueza cultural que se desarrolla alrededor de su tronco y por todo el corpus legendario e imaginario que inspira.


El extenso género Adansonia

Los baobabs se encuadran dentro de la familia de las Malváceas y forman el género Adansonia

Este género lo conforman 8 especies repartidas entre el África Subsahariana, Madagascar y el noroeste de Australia. Como podéis ver en el mapa, Madagascar es el territorio que mayor variedad de especies[1] contiene, aunque su extensión se ha ido reduciendo drásticamente con los años. 



La Adansonia digitata es la especie más extendida por el África continental. Endémica de territorios subsaharianos, una de las características que la diferencia físicamente de sus hermanos malagasy es el grosor y la altura de su tronco. De hecho, la famosa avenida de los baobabs, con esos altos ejemplares delimitando el camino, pertenecen a la especie Adansonia grandidieri, localizada al oeste de la isla. La octava especie se encuentra delimitada en el noroeste de Australia, la Adansonia gregorii, siendo la más frágil de todas. 

Es interesante saber que la gran variedad de baobabs que vemos repartidos por el mundo son fruto de la acción humana. Vemos que hay ejemplares en India, la península arábiga y hasta en América y Oceanía. Comerciantes árabes, franceses y portugueses sacaron el baobab fuera de África y lo introdujeron en territorios a lo largo y ancho del mundo.


¿Cómo es la Adansonia digitata

  • Nombres: Baobab africano, pan de mono, Bozy-Be, Boringy, Bontona, Reniala, Kremetert, Lsi Muhi, Mbuyu, Mowana… 

Comúnmente conocido como “el árbol del revés”, este ejemplar se caracteriza por su grueso tronco de forma elefantina. Su copa irregular inspira la famosa historia de su origen mítico de la que os hablaremos un poquito más adelante. Normalmente no suelen exceder los 20 metros de alto y los 10 metros de diámetro. 

Su corteza puede variar de tonalidad dependiendo de la especie. Aunque el tono más característico sea el grisáceo, podemos encontrar ejemplos violáceos y marrones. Su tronco se aprovecha de numerosas maneras, bien para emplear sus fibras en la confección textil o como elemento de construcción. Curiosamente, no siempre hay que talar el árbol para aprovechar su madera, sino que en lugares como Sudán se aprovechan las oquedades de los troncos como almacenes de agua. En relación con esta peculiar forma de aprovechamiento, recurrimos a una leyenda australiana relacionada con la Adansonia gregorii y que tiene como protagonistas a dos grullas. Las dos brolgas (Antigone rubicunda) succionaron el agua de ríos, arroyos, agujeros y pozas y lo depositaron en el agujero hueco de un baobab. Los demás animales, sedientos, buscaban el agua sin descanso, pero fue una rana la que descubrió su paradero. Con fuerza lanzó un arpón hacia la corteza del baobab, rompiendo así el tronco y haciendo brotar el preciado líquido. 

Extendido también a otras variantes de las Adansonia, podemos comprobar que muchos ejemplares voluminosos han sido convertidos en estancias en sí mismos, como aseos, bares, capillas e incluso cárceles.

Pub Sundland. Se encontraba situado en Modjadjiskloof, Sudáfrica. Llevaba abierto desde 1933 hasta que quebró en el año 2017. Fuente.


Las hojas de la Adansonia digitata son palmaticompuestas, es decir, que tienen varios foliolos unidos entre sí en un punto central. De hecho, que se denomine digitata no es casualidad, ya que su forma recuerda a los dedos de una mano. Este árbol es de hoja caduca, por lo que en la época seca pierde sus hojas. Este límite estacional no es impedimento para las poblaciones que aprovechan del baobab todo lo que puede ofrecerles. Cuando las hojas comienzan a caer, se recogen, se secan y pulverizan y se usan en numerosas recetas y en remedios medicinales. 

Hojas de un ejemplar de Adansonia za. Fotografía facilitada por Aina S. Erice

Las semillas de baobab también sirven como ingrediente culinario. Pueden tomarse tanto crudas como tostadas o fermentadas. A falta de café, las semillas de este árbol son un buen sustitutivo. Uno de los grandes aliados del baobab para esparcirse son los murciélagos, cuya acción polinizadora ayuda al brote de nuevos ejemplares. 

Sus grandes y olorosas flores, de pétalos blancos y llamativos estambres, cuelgan de largos tallos. La floración se produce a lo largo de todo el año, exceptuando la época seca. 



Los frutos tienen una forma ovalada y de ellos se aprovecha la pulpa, la cual sirve para destilar una bebida local y para cocinar y espesar. De igual modo se usan en medicina para curar las fiebres. 

Mujeres recogiendo frutos del baobab. Fuente: Flickr

De la raíz se extrae una especie de tinte rojizo. 


Un poco de historia 

Previo a los grandes viajes de exploración, es probable que el baobab traspasara la gran frontera desértica del Sáhara y se conociera en el norte del continente a consecuencia del trasiego de caravanas. Aunque algunos investigadores han teorizado sobre si es posible que el baobab ya estuviera presente en los complejos funerarios del Antiguo Egipto -concretamente restos de su fruto en algunas tumbas- lo cierto es que no se han encontrado pruebas que refuercen esta hipótesis, porque de que se conociera a que fuera una planta usual en la cotidianidad egipcia hay un trecho. Esta información fue reportada desde los museos de Torino y París, quienes habían adquirido alguna de estas piezas arqueológicas a finales del siglo XIX y principios del XX. Tras comprobar la poca solidez de las evidencias que decían poseer y la inexistencia de los supuestos restos de semillas de baobab y de la documentación de origen de los propios restos arqueológicos (práctica no inusual en la actividad museística del siglo XIX), se cree que estos indicios podrían haber sido fruto de una contaminación en la propia excavación o que los restos arqueológicos en realidad no fueran lo que decían ser, lo que comúnmente se denomina “que te den gato por liebre”, una compra fraudulenta en su momento, vaya. Sea como fuere, los restos conocidos y verificados de baobab en la zona de Egipto datan de los siglos IV y V.

Los mapas de Ptolomeo (s. II) sirvieron de mucha ayuda a geógrafos de épocas posteriores, y también para ubicar geográficamente a nuestro árbol protagonista. Aunque no será hasta finales del siglo XVI cuando encontremos la primera referencia bajo la denominación de baobab, Ptolomeo lo incluye en sus mapas como “sita” (relacionado con el río Stachir) en la zona de Gambia. 

En época medieval tenemos que virar nuestra atención hacia las fuentes árabes. En el siglo XI al- Bakri cita al baobab bajo la denominación de tadmut en su Libro de los Caminos y los Reinos (1068). Lo situaba en el antiguo reino de Ghana (actuales Mali y Mauritania) y decía de sus frutos que eran dulces y que curaban las fiebres. El término tadmut derivaría de tadaumit, palabra zenaga[2] que hace referencia al baobab. En el siglo XIV el famoso Ibn Battuta también recoge información sobre esta planta en tierras del imperio Mandingo de Mali. Su descripción es realmente interesante ya que remarca la gran utilidad de sus gruesos y anchos troncos para almacenar el agua de lluvia o para servir de refugios. 

Aunque baobab es la denominación para muchas de las variantes de Adansonia, esta palabra no deriva de ninguna raíz africana o madagascariense. La primera vez que encontramos esta denominación en formato escrito es en 1592, en el De Plantis Aegypti Liber de Prosper Alpino. Aparecía citada bajo el nombre de ba hobab, un término que parece derivar del árabe (A)bu-hibab ('padre de muchas semillas'). El autor apunta en el texto que el fruto de este ejemplar se vendía en los mercados de El Cairo y destacaba sus propiedades astringentes. 

Representación del baobab en el De plantis Aegypti Liber. Fuente


Ya hemos hablado sobre el término baobab, pero, ¿de dónde proviene Adansonia? Carolus Linnaeus (1707-1778) otorgó a este árbol un nombre científico. Para ello usó el apellido del botánico francés Michel Adanson, quien fue el primero en describir al baobab africano (A. digitata) con información que fue recogiendo en su viaje a Senegal para la Compañía francesa de las Indias Orientales.

En cuanto a Madagascar, la mayoría de los avances en el conocimiento botánico de la gran variedad de baobabs se llevaron a cabo a lo largo del siglo XIX. A finales de siglo Henri Baillon confirmó la presencia del género Adansonia en la isla y otorgó nombre científico a las diferentes especies. En 1952 el botánico francés Henri Perrier de la Bâthie publicó la primera descripción de todos los baobabs conocidos de Madagascar.


Un árbol de leyenda 

Ya os adelantábamos en párrafos anteriores que la forma de este árbol había generado multitud de teorías en torno a su origen mítico. La versión más extendida es aquella que cuenta que fue plantado del revés, con las raíces mirando hacia el cielo. En el ámbito árabe se cuenta que fue el demonio quien arrancó el árbol y lo trasplantó de esta manera. En Burkina Faso, la leyenda cuenta que fue la divinidad quien decidió replantar el árbol del revés para evitar que el inquieto baobab se trasladara sin descanso. Y también encontramos esta interpretación en una leyenda nigeriana, donde a diferencia de las anteriores, es un cazador furioso quien lo da la vuelta. 

En el Congo encontramos una historia diferente. Cuando en la creación los árboles fueron plantados, el baobab no quedó satisfecho con el lugar que le había sido adjudicado por la divinidad. En primer lugar, se quejó de la humedad que había, por lo que dios lo trasplantó en las Montañas de la Luna, un lugar que tampoco le pareció correcto. Harta de sus quejas, la divinidad lo arrancó y lo lanzó lejos, cayendo boca-abajo en las zonas más secas del mundo creado. En una versión recogida en el Kilimanjaro, el baobab gimoteaba por no verse en su reflejo acuático tan colorido como los demás árboles. 

Entre los Kung —bosquimanos— del Kalahari (Botswana), se cuenta que la gran divinidad Gaoxa dio los árboles a Oeng-Oeng, el primer hombre, quien los repartió entre los animales. Cada uno recibió una especie, menos la hiena. Ésta, molesta por el trato desigual, se quejó a la divinidad, quien le entregó la última planta que quedaba, el baobab. El animal, rencoroso y enfadado, plantó el árbol del revés a propósito. Como ocurría con las anteriores, esta leyenda también cuenta con otras versiones, aunque la pobre hiena no mejora mucho su imagen. Se cuenta en otra versión que el animal no plantó el árbol boca-abajo de manera vengativa, sino que su propia estupidez provocó esa postura al plantar las semillas al revés. 

Hienas. Fotografía de Jean Wimmerlin. Fuente: Unsplash

Saint Exupéri siguió esta línea simbólica del baobab, metiéndolo en el saco de las malas hierbas. Ya sabemos que esta novela corta tiene varias lecturas dependiendo del rango de edad del lector, y no todo lo que leemos y vemos es lo que parece a primera vista. Los baobabs de El Principito no son simples árboles, ya que estas figuras encarnan los miedos internos que comienzan siendo una semillita que crece y crece si no se le pone freno. 
En efecto, en el planeta del principito, como en todos los planetas, había hierbas buenas y hierbas malas. Como resultados de buenas semillas de buenas hierbas y de malas semillas malas hierbas. Pero las semillas son invisibles. Duermen en el secreto de la tierra, hasta que a una de ellas se le ocurre despertarse. Entonces se estira y, tímidamente al comienzo, crece hacia el sol extendiendo una encantadora briznilla inofensiva. Si se trata de una planta mala, debe arrancarse la planta inmediatamente, en cuanto se ha podido reconocerla. Había pues, semillas terribles en el planeta del principito. Eran las semillas de los baobabs. El suelo del planeta estaba infestado. Y si un baobab no se arranca a tiempo, ya no es posible desembarazarse de él. Invade todo el planeta. Lo perfora con sus raíces. Y si el planeta es demasiado pequeño y los baobabs son demasiado numerosas, lo hacen estallar[3]. 

Este fragmento de El Principito nos muestra a un árbol dañino, que crece y ahoga a los demás seres que viven en el planeta. Relacionado con este perfil encontramos en Senegal y Zambia un relato sobre el origen de este árbol y su crecimiento desmedido. Se cree que el baobab comenzó siendo una planta trepadora que estrangulaba a otros árboles con sus raíces. Que el autor supiera de ella es algo que desconocemos, lo que sí está claro es que aprovechó la versión simbólica más negativa del baobab. 


Folklore y tradiciones en torno al baobab 

Aunque estas leyendas no transmiten una imagen positiva de este árbol, ésta contrasta con el folklore y la superstición que lo rodea, ya que está considerado como árbol sagrado o árbol protector. En Tanzania se cree que el mejor lugar para esconder un tesoro es la base de un baobab, ya que los espíritus de los ancestros lo cuidarán con recelo. En Giriama (Kenya), el baobab se concibe como un árbol pacífico y sagrado. Al talarlo o infringirle el corte de un hachazo, comienza a brotar un líquido viscoso de tono rojizo que muchos asimilan al sangrado humano. Talar o cortar un baobab sagrado conllevaría un largo período de mala suerte al culpable. 

Los baobabs eran adorados con gran veneración por los pueblos originarios, por ejemplo, entre las poblaciones originarias de Nigeria se veneraba a través de la talla de ídolos en la corteza del árbol. También se relacionaban mucho con el culto a los ancestros, convirtiendo al árbol en una especie de totem. Podemos encontrar ejemplos de esta casuística repartidos por casi todos los territorios en los que los baobabs han echado raíces, aunque una de las zonas que más destaca por la sacralidad de estos árboles es Madagascar. 

Que los árboles sirvan como residencias de seres espirituales es un rasgo extendido por la amplia variedad de culturas que habitan el globo terráqueo. Estos entes pueden ser espíritus protectores y ancestrales. Algunas tribus del este de África creían que, o bien de forma individual o grupal, los árboles acogían en su interior a pequeños espíritus. En Madagascar es habitual encontrar a los pies de los troncos de A. grandidieri ofrendas en forma de granos y comida para pedir por una buena cosecha, dinero para atraer la fortuna y objetos contenedores con ron para atraer la fertilidad. De igual modo es habitual encontrar conchas de caracoles gigantes (Achatina fulica) para indicar su estatus. La sacralidad de estos ejemplares no tiene un carácter individual, es decir, será sagrado tanto el árbol ofrendado en sí como la zona que lo rodea. Algunos sectores del bosque que envuelven a estos ejemplares son considerados tabú y no se pueden explotar (caza, tala, etc.) ni explorar.

Bosque sagrado de Sakoantovo, Madagascar. Fuente: WWF

Los baobabs están muy asociados con la fertilidad, rasgo que afianza su carácter sacro en muchas poblaciones africanas. En Idi-Ose, pueblo yoruba situado al norte de Ibadan, se encuentra Iya-Olomo (madre de los niños), un enorme baobab que recibe gran veneración. Este ejemplar fue objetivo de peregrinación de personas que acudían a él para superar la infertilidad. En su base se llevaban a cabo ofrendas y, hasta 1960, se realizaron sacrificios de cabras y gallos para atestiguar su poder. En Keren (Eritrea), existe un viejo y nudoso baobab muy reverenciado por la población local. Desde la antigüedad, si una mujer deseaba encontrar cónyuge o tener descendencia, debía preparar café a la sombra de este árbol, esperando que algún viandante aceptara una taza para garantizar su deseo. A finales del siglo XIX, las hermanas de la caridad construyeron en el tronco una pequeña capilla consagrada a la virgen María y a la que nombraron como Saint Mariam Dearit o La Madonna del Baobab.

Ejemplar que cobija la capilla de La madonna del baobab. Fotografía de Franco Cericola. Fuente: Flickr

De igual modo, se aprovechan las partes del baobab tras el nacimiento del niño o niña, para asegurarles salud en su crecimiento. En algunos lugares de África, los recién nacidos son lavados con una mezcla de polvo de corteza de baobab y jabón para protegerlos de epidemias y enfermedades. En Sudáfrica se añade un trozo de corteza de baobab al baño de los más pequeños para asegurar que crezcan altos y fuertes. Estas acciones también se pueden rastrear en Australia, donde las mujeres de la comunidad de Warmun, en Turkey Creek (Australia occidental), creen que, si se quema la placenta bajo un baobab, el niño o niña crecerá fuerte y nunca pasará sed, por aquello de la capacidad del baobab de almacenar agua. 

También podemos incluir al baobab en el grupo de plantas brujeriles africanas y como elemento destacado en ceremonias de exorcismo. En Zanzibar sigue asociándose con rituales de magia negra. Si bien hemos visto que en algunas zonas lo habitan seres espirituales benefactores, también podemos encontrar ejemplos de lo contrario. En Tanga (Tanzania), se cree que traviesos espíritus se refugian en el interior de los baobabs y en ocasiones se aparecen en forma de feas criaturas. Éstos pueden poseer un cuerpo humano sin ser vistos, produciendo enfermedades y miseria hasta que algún hechicero autorizado logre expulsarlos. En los bosques de Madagascar viven los kokolampo (de naturaleza no intrínsecamente maligna), espíritus de la naturaleza que pueden poseer a los viandantes si se acercan demasiado a sus residencias sagradas. 

Hemos visto a las Adansonia acompañadas de seres espirituales que provocan pavor entre algunas poblaciones, pero no siempre necesita de compañía para provocar este sentimiento. En Zambia encontramos un famoso relato sobre un grueso baobab que crece en el Parque Nacional de Kafue. Se le conoce con el nombre de Kondanamwali o El árbol que come doncellas; como imaginaréis, no tiene pinta de que acabe con un final feliz. Cuenta la leyenda que este gigante se enamoró de cuatro chicas que vivían bajo su sombra. El árbol las vio crecer y poco a poco su cariño se fue volviendo posesivo. Cuando las niñas alcanzaron la edad para contraer matrimonio, comenzaron la búsqueda de cónyuge. El árbol, muy celoso, una noche de tormenta en la que hacía un fuerte viento, el aire abrió su tronco de par en par y engulló a las cuatro doncellas, a las que nunca más se volvió a ver. 


Un símbolo africano 

Fuente
El conocimiento es como el tronco de un baobab: ningún brazo es lo suficientemente largo para abarcarlo[4]. 

El baobab es famoso en todo el mundo por sus propiedades y su uso culinario y cosmético, pero su importancia radica más allá. Es uno de los emblemas de África. Senegal lo incluye en su bandera y países como Zambia, Mauritania, Gambia o Ruanda, entre muchos otros, han usado su figura en el ámbito de la filatelia. Como hemos visto, es parte de la riqueza cultural africana y otorga verdor y sombra a los paisajes literarios del gran continente. 



Agradecimientos 

No podemos terminar este nuevo capítulo de nuestro herbario particular sin agradecer la ayuda de nuestra querida Aina S. Erice en la asesoría botánica de nuestro protagonista, así como la cesión de algunas fotografías para ilustrarlo. 



¡Os espero entre las hojas!



Bibliografía 
  • CENDRARS, Blaise. Antología negra. Mitos, leyendas y cuentos africanos. Fundación editorial el perro y la rana, 2007. 
  • BLENCH, R.M.: “The intertwined history of the silk-cotton and baobab” en CAPPERS, René (edit.): Fields of Change. Progress in African Archaeobotany. Groningen: Barkhuis & Groningen University Library, 2007. pp. 01-19. Podéis consultarlo en Google Books
  • SAINT-EXUPÉRI, Antoine de: El Principito. Madrid: Alianza Editorial, 1972. 


Multimedia 


Notas

[1] Puesto que la Adansonia digitata es la especie más estudiada, el baobab común, hemos organizado el discurso en torno a ella, aunque si hacemos referencia a otras, lo especificaremos. 

[2] Lengua bereber hablada al sur de Mauritania. 

[3] SAINT-EXUPÉRI, Antoine de: El Principito. Madrid: Alianza Editorial, 1972. pp. 27-28. 

[4] Dicho popular de la región de Ghana.

Comentarios

  1. Gracias por su tiempo y dedicación , por tan excelente información. Bendiciones Abuntantes

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  2. Me parece excelente tu trabajo y muy interesante. Te lo agradezco... Recibe un saludo cordial.

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