EL BOSQUE EN LA LITERATURA CORTÉS (I): LA FORESTA COMO PRUEBA A SUPERAR
Calogreant déclenche la tempête. Manuscrito 1433, Folio 65v, BNF. Fuente: BNF |
A lo largo de estos tres meses de andadura, hemos ido desentrañando algunas de las facetas y simbolismos asociados a los bosques y hemos remarcado su importancia histórica. La Edad Media nos ha servido en diversas ocasiones para mostrar esta casuística, y hoy volvemos a recurrir a ella para explicar qué rol desempeñaba el bosque en las novelas de caballería medievales.
El fin último de la novela cortés es el perfeccionamiento del caballero, tarea que completará superando pruebas de muy diversa índole. Esta literatura se define a través de la aventura y el amor, el cual desata la mayoría de las tramas. A su vez, estas historias se conciben como un código social de valores que, si se respeta, crea finales agradables, y, si no, castigos o desenlaces trágicos. El roman courtois está constituido por cuatro elementos –amor, poder, libertad y destino- que se entrelazan entre sí en la narración. El tiempo es cíclico y se rige por las actividades litúrgicas. El espacio también sufre cambios, pues, como bien apunta Fernando Carmona, se vuelve horizontal: «Lo sorprendente, maravilloso o mágico, no está ya arriba sino que puede surgir al vadear un río, al acercarse a una fuente, en un bosque o en un castillo encantado[1].»
¿De qué se compone el bosque y cómo se representa?
Antes de comenzar a describir el bosque como prueba y espacio de transformación, es necesario mostrar cómo se describe y se representa el paisaje, tanto en la literatura como en el arte. Como se ha apuntado más arriba, el amor es uno de los motores principales que mueven la historia y, en ocasiones, el paisaje ayuda a que aparezca y se desarrolle. Es habitual encontrar referencias metafóricas de las estaciones, símil del renacer de la naturaleza, el brotar de las flores y el verdor de las plantas. Hay que tener en cuenta que este género literario alcanza su culmen en los siglos XII y XIII y la concepción de la naturaleza en aquellos años se caracteriza por un marcado simbolismo, no será hasta los últimos siglos medievales cuando progresivamente vaya desapareciendo en favor de una percepción mucho más realista. Como diría Jacques le Goff en su obra La Civilización del Occidente Medieval: «En el arte gótico, las flores son flores reales, los rasgos humanos son trazos individuales, las proporciones corresponden a las medidas reales y no a significaciones simbólicas[2].»
Gauvain y el cura.Manuscrito del Lancelot du Lac, BNF. Fuente: Wikimedia Commons |
Como ya explicamos en la entrada sobre cómo se concibe la Naturaleza en el imaginario, el bosque acoge dos apariencias. La benévola, como locus amoenus, la acabamos de ver asociada al nacimiento del amor y a los sentimientos. Un buen ejemplo de ello lo tenemos en los Lais de María de Francia, más concretamente en Madreselva, donde a través de la metáfora del avellano y la madreselva se nos muestra el amor pasional entre Tristán e Isolda. Los locus amoenus que aparecen en los romans courtois pueden encontrarse tanto fuera como dentro del bosque, pero muy pocas veces este será el destinatario de tan idílica imagen, pues, por norma general, será el estereotipo perfecto de locus horridus. Muy pocas veces se encuentran descripciones sobre el bosque que vayan más allá de nombrar su aparición en el texto, por eso el siguiente fragmento extraído de Sir Gawain y el Caballero Verde (s. XIV) nos parece tan especial. Y el texto dice así:
«Esa mañana, cabalgaba alegremente por una montaña hacia un espeso bosque con altos y escarpados cerros a uno y otro lado, y enormes robles centenarios en el fondo, el avellano y el espino se enredaban en intrincada maraña, el musgo tosco y andrajoso colgaba por todas partes, y en las ramas peladas los pájaros cantaban ateridos[3].»
Mientras leemos algunas de estas novelas es posible que nos desubiquemos, ¿qué quiere decir esto? Pues que la narración centra su atención en el personaje y no en el paisaje, por lo que el bosque pasará a un segundo plano en beneficio de una única especie arbórea, una fuente o un río, lo que puede hacer que nos replanteemos dónde se encuentra el caballero en ese momento. Al igual que ocurre en la narración, en las iluminaciones de los manuscritos del siglo XIII, el bosque se representa con muy pocos árboles, dando una imagen más de páramo que de una espesa arboleda.
¿Por qué se representa de esta manera? Como ya hemos apuntado, el paisaje es secundario, por lo que interesa más representar las figuras protagonistas. La vegetación no tiene un único patrón representativo. Podemos encontrar árboles cuya copa se representa a modo de palmera; otros cuya copa tiene forma circular y dentro están marcadas las hojas; árboles compuestos por dos grandes hojas, a modo de copa; árboles con copas a manera de abanico; o incluso representados en flor, cuyas ramas caen en cascada, como el caso del Codex Manesse. Los manuscritos de los siglos XIV y XV muestran bosques más detallados, con un tratamiento más delicado del paisaje; el número de árboles aumentará, dando la sensación de masa boscosa más densa. Mientras que en las primeras representaciones el fondo se decoraba con tonos oscuros, para hacer destacar las figuras principales, en las representaciones de los siglos XIV y XV se aclararán los fondos y se añadirán elementos paisajísticos.
La disposición de los árboles, al igual que pasaba con el color y la forma de las figuras, irá evolucionando hacia un realismo más conseguido. Es muy usual que encontremos la escena de un caballero atravesando la espesura del bosque, el cual se representa a ambos lados del jinete, a modo de cascada. Es importante destacar que, en muchas de estas estampas, el tamaño de los árboles suele ser inferior al de la figura central, esto atiende a la importancia que se le confiera a los modelos representados, cuanto más grande, más importante. El tratamiento de la perspectiva se irá tratando y mejorando, avanzando hacia una igualdad de planos en la que se introduce verdaderamente al personaje en el bosque.
El bosque como prueba: locus horridus
«Cuando los textos literarios medievales franceses hablan del bosque no es nunca para describirlo como lugar hermoso, apacible o silencioso, tal como un amante de la naturaleza tendría tendencia a verlo hoy día; en ellos todo funciona como si belleza natural y bosque estuvieran reñidos[4].»
Perceval en busca del Santo Grial. Ferdinand Leeke, 1912. Fuente: paintingandframe |
El bosque en la Edad Media es un locus horridus y, como tal, participa en la aventura caballeresca. Las forestas que aquí se describen se asocian a los grandes y espesos bosques altomedievales, pues, como ya apuntábamos en una de nuestras entradas anteriores, la deforestación llevada a cabo a partir del siglo XII provocaría la desaparición de masa boscosa en algunas partes de Europa. Su apariencia es oscura, enmarañada, espinosa y terrible.
¿Por qué se elige esta apariencia?
Como ya hemos dicho, el fin último de las aventuras del héroe es llegar a un perfeccionamiento pleno, habiendo superado numerosas pruebas que examinaban su honor y su fe. Es habitual que toda aventura caballeresca comience con la entrada en el bosque. El caballero, figura modelo del mundo construido, se interna en un mundo irracional, salvaje, que lo pondrá a prueba de todas las maneras posibles pues el bosque es muy peligroso:
«Lo que voy a contar me sucedió hace ya más de siete años, cuando yo iba en busca de aventura, solo, como anda el labriego, pero armado con todas las armas, como debe estar un caballero. Escogí un camino a la derecha y me adentré en un espeso bosque. Resultaba penoso avanzar por aquella senda, llena de zarzales y malezas traidoras, y sólo con gran esfuerzo pude mantener mi ruta. Fui cabalgando así todo el día, hasta que salí del bosque –que era el de Brocelandia-[5]»
¿Qué peligros acechan entre los árboles?
- La propia fisionomía del lugar, con caminos oscuros que pueden hacer perderse a cualquiera.
- Los monstruos y las fieras que lo habitan. Estas criaturas se interponen en el camino del héroe incrementando así su valía.
- El mundo féerico. El bosque es el hogar de numerosas criaturas sobrenaturales y entre ellas están las hadas. Estos seres, en ocasiones no tan angelicales, pueden atrapar a los caballeros en un sueño de falso amor que no los permita escapar del bosque, como bien ocurre en Claris y Laris. Es importante tener en cuenta que a este mundo sobrenatural se suele acceder a través del agua. Los ríos o las fuentes son o bien los hogares o bien los portales del mundo féerico. Esta dimensión sobrenatural aparece en la gran mayoría de los relatos por lo que vamos a dejar que ellos mismos hablen a partir de los textos. En este caso hemos elegido el lai de Lanval:
«Había salido fuera de la ciudad, a solas ha llegado a un prado; baja hacia un río, pero su caballo empieza a estremecerse; le quita las cinchas y se aleja, dejándolo revolcarse en la hierba. Plegó el faldón de su manto bajo su cabeza y se acostó. (…) Mientras estaba echado de esta forma, miró abajo hacia el río, y vio venir a dos doncellas: ¡nuca las había visto tan bellas! Iban vestidas con gran riqueza, ceñidas muy ajustadas en sendos briales de púrpura oscura; ¡muy hermoso era su rostro! (…)-Señor Lanval, mi doncella, que es tan discreta, hermosa y noble, nos envía a buscaros; ¡venid con nosotras! Os llevaremos a salvo; mirad, está cerca el pabellón[6].»
- La locura. El caballero puede perder el control de sí mismo y sufrir una transformación que lo empuje a sobrevivir como un salvaje dentro de la espesura, cuyos buenos ejemplos vimos la semana pasada en los relatos de Merlín e Yvain.
Sir Gawain and The Green Knight, por John Howe, 1995. Fuente: John-Howe |
El tema de la novela cortés es muy amplio para poder desarrollarlo en una sola entrada por lo que está es la primera de una serie de artículos que iremos desarrollando en próximas actualizaciones.
Si queréis leer más entradas relacionadas con esta temática podéis dirigiros a:
¡Os espero entre las hojas!
BIBLIOGRAFÍA
- ANÓNIMO: Sir Gawain y el Caballero Verde. Introducción de Francisco Torres Oliver; prólogo de Luis Alberto de Cuenca: notas de Jacobo F. – J. Stuart. Madrid: Alianza, 2013.
- BRUÑA CUEVAS, M.: “Apuntes sobre el paisaje y la naturaleza en la literatura medieval francesa” en Cuadernos del CEMYR, nº7: Paisaje y naturaleza en la Edad Media, 1999. pp. 141-165. Podéis consultarlo aquí.
- CARMONA FERNÁNDEZ, F.: La mentalidad literaria medieval. Siglos XII y XIII. Murcia, Universidad de Murcia-Servicio de Publicaciones, 2001.
- CARMONA FERNÁNDEZ, F.: Pervivencias medievales: Chrétien de Troyes, Boccaccio y Cervantes. Murcia, Universidad de Murcia- Servicio de Publicaciones, 2006.
- CHRÉTIEN DE TROYES: Claris et Laris. Recurso en línea
- CHRÉTIEN DE TROYES: El caballero del león; edición preparada por Marie-José Lemarchand. Madrid, Siruela, 1986.
- MARIA DE FRANCIA: Lais; Introducción, traducción y notas de Carlos Alvar. Madrid, Alianza, 1994.
- ZUMTHOR, P.: La medida del mundo: La representación del espacio en la Edad Media. Madrid, Cátedra, 1994.
NOTAS
[1] CARMONA FERNÁNDEZ, F.: Pervivencias medievales: Chrétien de Troyes, Boccaccio y Cervantes. Murcia, Universidad de Murcia- Servicio de Publicaciones, 2006. p. 26
[2] Fragmento extraído de: LE GOFF, J.: La civilización del occidente medieval. Barcelona, editorial Juventud, 1969. p.478
[3] Fragmento extraído de: Sir Gawain y el Caballero Verde. Introducción de Francisco Torres Oliver; prólogo de Luis Alberto de Cuenca: notas de Jacobo F. – J. Stuart. Madrid: Alianza, 2013. pp. 45-46
[4] Fragmento extraído de: BRUÑA CUEVAS, M.: “Apuntes sobre el paisaje y la naturaleza en la literatura medieval francesa” en Cuadernos del CEMYR, nº7: Paisaje y naturaleza en la Edad Media, 1999. pp. 141-165. p. 155.
[5] CHRÉTIEN DE TROYES: El caballero del león; edición preparada por Marie-José Lemarchand. Madrid, Siruela, 1986. p. 4.
[6] Fragmento extraído de: MARIA DE FRANCIA: Lais; Introducción, traducción y notas de Carlos Alvar. Madrid, Alianza, 1994. pp. 88-89.
Fragmento extraído de: BRUÑA CUEVAS, M.: “Apuntes sobre el paisaje y la naturaleza en la literatura medieval francesa” en Cuadernos del CEMYR, nº7: Paisaje y naturaleza en la Edad Media, 1999. pp. 141-165. p. 155.
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