EL BOSQUE COMO ESPACIO DE LIBERTAD Y LOCURA: EL HOMBRE SALVAJE


Detalle del tapiz Wild men and moors. Alemania, c.1440. Museo de Bellas Artes de Boston. Fuente: Museum of Fine Arts Boston




En esta nueva entrada nos proponemos dar a conocer otra de las simbologías que acoge el bosque: espacio de locura y desarrollo de lo salvaje. Para exponer esta faceta hemos elegido la figura del hombre salvaje pues, además de ejemplificar en sí de manera reseñable esta simbología, representa la mezcla perfecta entre la herencia pagana y el cristianismo medieval.

El bosque se presenta como la antítesis de la ciudad, el mundo construido frente al mundo no construido, por lo tanto es un espacio alternativo, libre de las normas establecidas. No ha de extrañarnos, pues, que en el mundo de la psicología y el inconsciente el bosque se asocie a la parte primitiva de cada individuo, aquella que retorna hacia un estado silvestre. Puesto que nuestro campo de trabajo se centra en la Edad Media, hemos elegido algunas obras literarias donde se representan de manera detallada estos estados pero antes de comenzar es necesario explicar qué es y de dónde viene el hombre salvaje.


¿De dónde proviene?


Hombres salvajes por Alberto Durero. 1499. Alte Pinakothek, Munich. Fuente: Wikipedia


Su aspecto velloso y fornido y su carácter protector nos recuerdan mucho a los antiguos señores de los bosques paganos. No es casualidad que su hábitat predilecto sean los bosques y que los atributos que ya poseían estos protectores, como el Basajaun y la Basandere vascos o el Leshii eslavo, se vean reflejados en esta figura medieval pues no hay que olvidar que, a pesar de la imagen preestablecida de una Europa plenamente cristiana, las tradiciones y creencias paganas sobrevivían transformadas, sobre todo en los medios rurales donde las creencias asociadas a los paisajes, y más concretamente al bosque, seguían muy vivas. De igual modo puede recordarnos al hombre verde, individuo que en lugar de vello posee ramas por todo su cuerpo. No posee la misma simbología que el hombre salvaje pero sí está ligado a un carácter protector. Esta figura del “hombre que vomita ramas” la podemos encontrar en construcciones durante toda la Edad Media, normalmente asociado al motivo de las tres liebres cuya disposición nos recuerda a los triskel céticos y conserva ese carácter regenerador. 

A este poso pagano se añadió la herencia judeocristiana, donde podemos ver al hombre salvaje en la historia de Nabucodonosor, un hombre que abandonado por la racionalidad huye al desierto con el aspecto de un salvaje. Y el texto dice así:

«La palabra se cumplió inmediatamente en Nabucodonosor: fue expulsado de entre los hombres, se puso a comer hierba como los bueyes, y su cuerpo quedó empapado por el relente de la noche; le creció el pelo hasta asemejarse a las plumas del águila, y también las uñas igual que las de las aves rapaces[1]»


Al hilo de esta huida, y en un contexto ya cristiano, encontramos la figura de Juan Crisóstomo. Esta figura nos introduce el mundo de los anacoretas, aquellos individuos que huían hacia el mundo no construido para alcanzar una mayor conexión con la divinidad. Roger Bartra apunta que: «Los hombres agrestes aislados de la soledad eran vistos como locos sin capacidades intelectuales, seres solitarios y vacíos desprovistos de alma y de razón[2]



¿Cómo se le representa y cuál es su carácter?

Como muchas cosas en la Edad Media, la figura del hombre salvaje, también conocido como homo sylvaticus, homo sylvestris u homo agreste, es fruto de la evolución y transformación de la herencia pagana que fue fusionada con elementos de la tradición judeocristiana. Su aspecto es el de un hombre, o mujer, cubierto de pelo por todo el cuerpo que habita en los bosques. Se mueve como un ser humano, sobre dos piernas, aunque hay veces que se le representa andando a cuatro patas como las fieras. Por norma general, suele ir desnudo mas también podemos encontrar representaciones donde porte algún elemento vegetal o textil, como un corto faldón. De igual modo podemos encontrarlo portando un tosco bastón en el que se apoya para recorrer los bosques o entrar en batalla cuando sea preciso. Esta imagen se completa con una gran corpulencia aunque su tamaño varía; si encontramos esta figura en un contexto de novela caballeresca su tamaño siempre superará el del caballero. En El caballero del león, del siglo XII, encontramos una descripción bastante precisa:

«Un villano, que se parecía a un moro por su monstruosa y desmedida fealdad, (…) Al acercarme al villano, vi que tenía la cabeza muy gruesa, más que la de un rocín u otro animal de mala traza, el pelo hirsuto, la frente pelada, de más de dos palmos de ancha, enormes orejas velludas, como las de un elefante, cejas espesas y cara plana, (…) roja la barba y torcidos los bigotes, la barbilla hundida en el pecho y una espalda, encorvada y gibosa. Apoyado en el mazo, iba vestido con un sayo tan extraño, que no era de lino ni de lana, sino que llevaba, atadas al cuello, las pieles de dos toros o dos bueyes recién desollados (…) él mediría por lo menos diecisiete pies de alto[3]»

Atendiendo a esta descripción y a lo relatado en el párrafo anterior, podemos asociar con facilidad la figura del homo sylvaticus a las leyendas sobre los big foot, grandes figuras peludas que rondan los bosques, o a los señores protectores de los bosques que aún forman parte del folclore de muchas comunidades. En la actualidad hay numerosos ejemplos que sobreviven en el folclore europeo.


Hombre salvaje con perros. Salterio de la reina Mary, Londres/Westminster o East Anglia, 1310-1320. Londres,
BL, Ms. Royal 2 B VII, fol. 173r. Fuente: British Library


Su carácter evolucionó de igual manera, poseyendo una amplia variedad de asociaciones y simbolismos dependiendo del contexto en el cual nos encontremos. Como bien apunta Roger Bartra: 

«El mito del hombre salvaje contradice muchas de las concepciones dominantes, pero como su forma peculiar de manifestarse en el arte y la literatura evita la confrontación, su influencia polivalente se va expandiendo por los más variados canales[4]».

  • Carácter protector: esta cualidad heredada hará que la figura del hombre salvaje se coloque en numerosas portadas para cumplir su función de guardián y protector.
  • Representación del amor libidinoso: al vivir fuera de las reglas establecidas el amor que expresan estos seres no se concibe como puro sino carnal. Sería pues una extensión del amor libre.
  • Antítesis del caballero: si el caballero es una figura ejemplar del mundo construido, el salvaje lo es del no construido. Será en el siglo XV cuando las novelas de caballería comiencen a presentar al hombre salvaje con una imagen negativa, donde el caballero rescata a la doncella que ha sido capturada por la criatura.
  • La imagen del buen salvaje: viviendo una vida natural, llegará a convertirse en un modelo a seguir.


Transformación al estado salvaje, ejemplos en la literatura medieval: Merlín e Yvain


Ambos huyen al bosque a causa del dolor – Merlín a causa de la muerte de sus hermanos e Yvain por desamor– el cual los acoge en su trance de locura hasta que son devueltos de nuevo a la civilización (aunque no deja de ser un exilio voluntario). 

«Entra en la espesura y se complace en esconderse bajo los fresnos, y contempla admirado los animales silvestres que pasean en los claros. A veces los sigue, a veces compite con ellos y los vence en la carrera, como ellos, se nutre de hierbas, de raíces tiernas, de los frutos de los árboles y de la zarzamora. Se hace, en fin, hombre tan silvestre como si en las espesuras lo hubiesen echado al mundo[5]

Merlín sale totalmente transformado de la espesura. Su estancia en el bosque le aporta una multitud de conocimientos que lo convertirán en el profeta y mago que bien reconocemos actualmente. Roger Bartra ve aquí el punto de unión entre el personaje medieval y las deidades silvestres de la tradición pagana, tanto grecolatina como céltica. 


Merlín. Ilustración de Alan Lee. Fuente: alan-lee.narud.ru 

La transformación de Yvain responde más a una reforma moral, es decir, a través de la realización de buenas acciones pretende recuperar el amor de su amante feérica Laudine. Y no solo eso pues Yvain regresa al mundo racional a través de la magia pues se bebe una poción que Morgana prepara para él. El relato de su transformación en salvaje dice así:

«Camina enloquecido, rompiendo y haciendo trizas sus vestiduras, huyendo por los campos labrados (…) Él sigue un buen trecho, hasta encontrar al lado de un cercado a un mozo que llevaba un arco con cinco flechas, de puntas muy anchas y aceradas. Yvain camina hacia el mozo, a quien quiere coger el arco y las flechas, que llevaba en la mano. Ya no se acuerda de ninguno de sus actos pasados. Anda por el bosque, al acecho de los animales, para luego matarlos y alimentarse con esta caza totalmente cruda. Llevando esta vida de loco salvaje, iba vagando por el bosque desde hacía cierto tiempo[6]

Yvain y el caballero del león. Manuscrito 1433, fol. 85. BNF. Fuente: BNF






¡Os espero entre las hojas!




BIBLIOGRAFÍA

  • BARTRA, Roger: El salvaje artificial. México, Ediciones Era, 1997. 
  • BARTRA, Roger: El salvaje en el espejo. Barcelona, Destino, 1996.
  • CHRÉTIEN DE TROYES: El caballero del león; edición preparada por Marie-José Lemarchand. Madrid, Siruela, 1986.
  • GEOFFREY DE MONMOUTH: Vida de Merlín; traducción de Lois C. Pérez Castro; prólogo de Carlos García Gual. Madrid, Siruela, 1994.
  • OLIVARES MARTÍNEZ, D.: “El salvaje en la Baja Edad Media.” en Revista Digital de Iconografía Medieval, Vol. V, nº 10, 2013, pp. 41-55. 


NOTAS


[1] Dn, 4, 30. Fragmento extraído de: GUIJARRO, S. y SALVADOR, M. (dir.): La Biblia, edición popular. La Casa de la Biblia, 2ª edición, 1993. p. 939.

[2] BARTRA, Roger: El salvaje en el espejo. Barcelona, Destino, 1996. P.104

[3] Fragmento extraído de: CHRÉTIEN DE TROYES: El caballero del león; edición preparada por Marie-José Lemarchand. Madrid, Siruela, 1986. p. 6

[4] BARTRA, Roger: El salvaje artificial. México, Ediciones Era, 1997. p. 47

[5] Fragmento extraído de: GEOFFREY DE MONMOUTH: Vida de Merlín; traducción de Lois C. Pérez Castro; prólogo de Carlos García Gual. Madrid, Siruela, 1994. p. 7

[6] Fragmento extraído de: CHRÉTIEN DE TROYES, op.cit. p. 50


Comentarios

  1. En esta entrada echo en falta la interpretación que se encuentra en la obra de Fulcanelli (Las moradas filosofales) de los hombres salvajes o de los bosque. Aunque sé que se aleja algo del tema del blog. Pero como historiadora que es Vd. me interesaría su punto de vista. (Es cuestión de egoísmo, pues, me seduce la alquimia).
    Se puede leer en el capitulo llamado: «El hombre de los bosques. Heraldo místico de Thiers». PLAZA&JANËS 1976 p.325

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